En los últimos tiempos, y más aún desde la pandemia, la salud mental ha adquirido un protagonismo en los medios de comunicación que no tenía y en general una consideración en la sociedad que empieza a darle la misma importancia y a no diferenciarla del resto de la salud. Aún así, entre las personas mayores la frecuencia de la enfermedad es muy alta y parece que sigue estando infra tratada e infra diagnosticada por motivos que en muchos casos vienen de muy lejos.
Según datos del estudio EURODEP (con participación de nueve países europeos, entre los que se encuentra España) la depresión abarca un rango de prevalencia muy dispar, que se establece entre un 8,8% y un 23,6%. La prevalencia es mucho mayor en determinados subgrupos de población geriátrica: los hospitalizados (11%-45%), institucionalizados (30%- 75%), los enfermos tratados ambulatoriamente tras el alta hospitalaria, los pacientes discapacitados y los procedentes de estratos socioeconómicos desfavorecidos.
Aunque en los últimos tiempos se ha hablado mucho de la importancia de la depresión entre la población joven, no debemos de olvidar a los mayores, los cuales se educaron en otra época, donde la depresión no se percibía como una enfermedad real y dónde el estigma y auto estigma hacia quienes la padecen siempre ha sido muy marcado.
Es frecuente, y mucho más entre la población mayor, insistimos, pensar que la depresión es normal cuando llega la vejez. Las limitaciones físicas y sociales que a menudo impone la edad, la pérdida de personas queridas en nuestro entorno, las estrecheces económicas que a veces vienen asociadas a la jubilación y viudedad, la sensación de desconexión con la sociedad y la tecnología, la soledad impuesta, el deterioro cognitivo y las enfermedades discapacitantes, son factores que pueden influir en una depresión, pero que no puede considerarse una excusa para normalizar y aceptar la depresión como algo normal e inevitable. La depresión es una enfermedad, que como muchas otras depende de la genética y también del entorno. Una sociedad justa y ecuánime no debe olvidar a sus miembros en la última etapa de su vida cuando se tienen que enfrentar a una patología que puede y debe tratarse.
La sospecha de una depresión es a menudo más fácil de detectar por el entorno que por el propio afectado y esto es básico para obtener un diagnóstico y un tratamiento adecuado que pueda garantizar un envejecimiento feliz y saludable. Según la Guía de diagnóstico americana (DSM 5), sería indicio de alerta la presencia persistente en las últimas dos semanas de 5 o más de los síntomas siguientes, teniendo en cuenta que los dos primeros deben existir siempre:
1. Ánimo bajo
2. Pérdida de interés o del placer por las actividades
3. Pérdida (o ganancia) significativa de apetito y/o peso
4. Problemas del sueño
5. Agitación o retardo del movimiento
6. Sensación de fatiga
7. Desesperanza o culpa inapropiadas
8. Dificultades de concentración o para tomar decisiones
9. Pensamientos de muerte o suicidio
Si se dan estas circunstancias, debemos pensar, que más allá de estar mayores o cansados o tener una mala racha debemos ponernos en manos de profesionales para valorar adecuadamente si nos enfrentamos a una depresión y tratarla.
Quitarnos los prejuicios sobre las personas mayores es muy importante. Las personas mayores, al igual que cualquier otra persona, pueden sufrir y sufren de depresión. Achacar a la edad, lo que son problemas de salud, ha sido algo frecuente en nuestra sociedad y es algo que debemos intentar que deje de pasar.
Si estas interesado en saber más, la serie documental No es depre, es DEPRESIÓN pretende ser una aproximación desde diferentes perspectivas a una enfermedad que no siempre es fácil de entender y de la que se habla muy poco, a pesar de que está muy presente en nuestra sociedad.
Seis episodios conforman este viaje por la depresión en el que pacientes y expertos de distintos ámbitos nos hablan de ella.
Artículo confeccionado con información de la Sociedad Española de geriatría y gerontología.