El tratamiento de la colitis ulcerosa tiene como objetivo disminuir o eliminar los síntomas y retrasar su reaparición el máximo tiempo posible. [1]
En concreto, el tratamiento está dirigido a disminuir la inflamación del colon para que el intestino pueda recuperarse y aliviar los síntomas característicos de la enfermedad. [1]
Existen diferentes fármacos que pueden emplearse solos o de forma combinada para ampliar su efectividad.
Sin embargo, a pesar de los tratamientos de mantenimiento utilizados, hay pacientes que pueden presentar igualmente un brote. La evolución y respuesta a los medicamentos empleados es individual, y a veces es necesario probar con distintos fármacos hasta dar con el más efectivo para el paciente. [2]
Los corticoides tratan de evitar que el organismo mantenga la inflamación. Además, también controlan la acción del sistema inmunitario.[3]
Habitualmente, se utilizan para el tratamiento de colitis ulcerosa moderada a grave, o en los casos leves que no responden al tratamiento antiinflamatorio.[4]
Son útiles para controlar los síntomas a corto plazo, pero no se recomienda tomarlos a largo plazo debido a sus efectos secundarios.[3]
Controlan la respuesta inmunitaria para reducir la inflamación o para iniciar o mantener la remisión.[3][4] Se recomiendan en casos de colitis ulcerosa de moderada a grave en pacientes que no han respondido a otros tratamientos.
No obstante, estos fármacos pueden debilitar el sistema inmune, por lo que el especialista debe prestar especial atención ante síntomas que puedan indicar una infección.[5]
También deben realizarse analíticas periódicamente, ya que pueden afectar a los glóbulos blancos y producir hepatotoxicidad.[5]
Se producen a partir de organismos vivos[6] y se utilizan para controlar la inflamación intestinal que causa los síntomas de la colitis ulcerosa.[3]
Se administran con intervalos variables por vía intravenosa o subcutánea. El especialista deberá valorar la utilización de estos fármacos en función de la gravedad del paciente y su respuesta a otros tratamientos.[6]
Los pacientes tratados con biológicos deben comunicar al médico cualquier síntoma o posible efecto secundario del tratamiento, ya que el uso de estos fármacos puede incrementar el riesgo de infecciones y de determinados cánceres.[6]
A estos medicamentos se los conoce también como inhibidores JAK. Se descomponen con la digestión y después son absorbidos por la pared intestinal.[3]
Al tener las moléculas de estos fármacos un tamaño muy reducido, pueden ser transportadas por el torrente sanguíneo del paciente a todo el cuerpo, algo que permite que actúen muy rápido.[3]
Los pacientes requieren un seguimiento y monitorización porque se han relacionado estos fármacos con el riesgo de infecciones, de algunos tumores o de eventos trombóticos.[7]
Puede que algunas personas, a lo largo de la enfermedad, necesiten cirugía si surgen complicaciones, pérdida de respuesta a los diferentes tratamientos médicos disponibles o un brote agudo grave que no responde al tratamiento.[3][4] La cirugía puede estar destinada a:
El uso de fármacos puede combinarse con una terapia nutricional destinada a compensar los nutrientes perdidos durante los brotes.[8] Este déficit puede deberse a:[3]
Además, el consumo de alimentos que el paciente no tolera bien a nivel digestivo puede potenciar la inflamación intestinal.[3]
Por esta razón, no existe una dieta general que ayude a curar los brotes, así que esta deberá diseñarse a medida en función de las necesidades nutricionales de cada persona.[3]
Referencias