Los costes sociales y económicos de los problemas de salud mental son significativos1, según lo indican los últimos datos publicados al respecto por la OCDE en su informe Health at a Glance: Europe 2018.
Según este estudio, el coste total de los problemas de salud mental supera el 4% del PIB (unos 600.000 millones de euros) en los países de la Unión Europea.
Cuando alguien sufre depresión, su rutina diaria se ve afectada, lo cual implica también al ámbito familiar y al de otras relaciones interpersonales como las de pareja.
Este trastorno se manifiesta mediante síntomas psíquicos y somáticos, y tiene una repercusión importante en el espectro afectivo de la persona, mientras que algunos factores de riesgo en el desarrollo de esta enfermedad tienen que ver con dificultades en las relaciones sociales o con el estatus socioeconómico.3
Además, las causas de la depresión suponen una interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales que influyen considerablemente en la vida privada de quien la padece.
La depresión puede impactar gravemente en las relaciones de pareja del afectado. Esta enfermedad mental provoca tristeza, sentimientos de culpa, de inutilidad, cólera, pasividad, etc.,4 pero también pérdida de interés o placer por aquello que antes se disfrutaba, entre lo que se encuentra la actividad sexual.
Además, algunos fármacos que se utilizan para tratar la depresión pueden tener un impacto negativo sobre la esfera sexual, que debe tenerse en cuenta, ya que diversos estudios sostienen que la relación entre la disfunción sexual y el estado de ánimo depresivo es bidireccional.5
Esto hace imprescindible que el profesional sanitario intente identificar la posible presencia de una depresión al tratar a un paciente que acuda a consulta por disfunción sexual.5
La depresión habitualmente está relacionada con otros trastornos psicopatológicos, especialmente con la ansiedad, pero también con enfermedades físicas6 o trastornos que tienen que ver con el consumo de sustancias.7
Diversos estudios clínicos y epidemiológicos muestran que entre el 40 y el 80% de los niños y adolescentes con depresión tienen otro trastorno psíquico asociado, y que al menos del 20 al 50% de ellos presentan dos o más trastornos comórbidos8, como ansiedad, TDAH, trastorno negativista desafiante o TOC.
Otras enfermedades que pueden coexistir con la depresión son la diabetes, la hipertensión arterial y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
La depresión está estrechamente relacionada con el trabajo y la empleabilidad, una conexión que puede explicarse de acuerdo con las siguientes consideraciones:9 10 11 12
El trabajo ocupa un gran porcentaje del tiempo diario de una persona influyendo de forma notable en su salud física y mental. La competitividad generada por la globalización se ha traducido en unas mayores expectativas de rendimiento, aumentando el estrés y los trastornos asociados a ello. A esto se suma la incertidumbre económica que ha llevado a las empresas a reestructuraciones, condiciones de trabajo precarias y despidos masivos que generan desempleo e instauran en las organizaciones un clima de inseguridad.
Estos factores son el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de una depresión, una enfermedad que impacta negativamente en el desempeño de empleados y organizaciones. De hecho, la depresión en el entorno laboral no afecta únicamente a la persona que la sufre, sino también a sus compañeros, superiores y a los resultados de la organización.
Este trastorno mental es ya la primera causa de incapacidad en España y se estima que su coste en términos económicos alcanza los 5.005 millones de euros anuales. Un 67% de los mismos (3.385 millones de euros, aproximadamente) son el resultado de la pérdida de productividad derivada de las bajas laborales y prematuras.
En nuestro país, la enfermedad tiene los siguientes impactos sobre los trabajadores:
Por otro lado, la depresión también puede desarrollarse a raíz de la pérdida del empleo. De hecho, la prevalencia de la depresión es el doble en desempleados (7,9%) que en personas que trabajan (3,1%).
Sin embargo, el trabajo también puede desempeñar un papel positivo en la recuperación de la enfermedad, al ser un espacio de integración social, que otorga al paciente seguridad económica y autonomía además de dar la posibilidad de una detección precoz de la patología por parte de los compañeros.
España fue en 2019 el país de la Unión Europea con mayor tasa de abandono escolar prematuro: un 17,3% de los jóvenes entre 18 y 24 años13 según un estudio de Eurostat.
Aunque las causas del fracaso escolar son diversas, sufrir un episodio depresivo en la infancia y la adolescencia influye de forma negativa en el crecimiento, en las relaciones sociales y también en el rendimiento escolar.14
La relación entre fracaso escolar y trastorno mental es bidireccional: 15 16
Los alumnos con depresión que fracasan en sus estudios tienen más probabilidades de tener: 15
En ocasiones, los padres y profesores pueden interpretar de forma equivocada los síntomas de la depresión, confundiéndolos con falta de interés o déficit de atención.
Este trastorno es, sin embargo, la entidad clínica que con más frecuencia precede al fracaso académico y al suicidio, sobre todo entre los niños, para quienes los rendimientos escolares tienen más relevancia.17 Por lo tanto, ante cualquier indicio, resulta fundamental consultar con un profesional sanitario.
En el caso de niños con un trastorno mental grave, la familia, el acompañamiento terapéutico, la coordinación y el seguimiento estrecho en el ámbito educativo-clínico y un centro educativo con proyectos inclusivos y personal docente sensibilizado permitirían un mejor pronóstico educativo.15
En España el suicidio es la primera causa externa de muerte, por encima de los accidentes de tráfico, convirtiéndose en la segunda causa de muerte entre las personas de 15 a 29 años.12
El impacto social de la depresión viene determinado, entre otros factores, porque los episodios depresivos, si no existe un diagnóstico que permita iniciar el tratamiento, pueden desembocar en suicidio. De hecho, el riesgo de cometerlo es 21 veces mayor en una persona que sufre depresión que en el resto de la población.12
Según la Sociedad Española de Psiquiatría, se producen una media de 10 suicidios al día en España, a pesar de ser el tercer país de la UE con menor incidencia de comportamientos suicidas. Solo en 2018, más de 3.500 personas se quitaron la vida en este país.
La incidencia de este comportamiento varía entre los diferentes grupos de edad y también entre los sexos. De hecho, mientras que la prevalencia de la depresión es mayor entre las mujeres, la del suicidio es mayor entre los hombres.12
Las cifras de suicidio no influyen solo en la incidencia de los problemas asociados a la salud mental, sino que generan un impacto directo en la productividad y en el escenario socioeconómico de cada país. Las personas con una enfermedad mental que deriva en conducta suicida tienen mayores niveles de absentismo y presentismo laboral.12
En los países con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más alto (Noruega, Australia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Singapur, Países Bajos, Irlanda, Canadá y Estados Unidos), solo los suicidios de jóvenes entre 15 y 24 años generaron en 2014 un coste medio estimado de 802.939 dólares (unos 605.416 euros).18
La perspectiva económica puede arrojar luz sobre la dimensión del problema y desempeñar un papel crucial a la hora de establecer políticas sanitarias destinadas a la concienciación sobre salud mental y prevención del suicidio.
Para tratar de frenar las tendencias suicidas, se requiere una estrategia global centrada en las siguientes claves:12 19
En salud mental y en detección de comportamientos suicidas que reciben los sanitarios (en especial, de los servicios de Urgencias) y los trabajadores sociales.
Como cuchillas, medicamentos, productos químicos o cualquier otro instrumento que pueda resultar letal. Particularmente, en el caso de la población de riesgo.
Promover el conocimiento acerca del impacto de la salud mental y la importancia de su gestión tanto entre los profesionales de la salud como entre la población general.
Deben dejarse especialmente a un lado los hábitos de vida que fomenten conductas de riesgo, como son el abuso de alcohol y el consumo de drogas.
Fomentar las actividades que promuevan la salud y el bienestar, así como ofrecer apoyo para afrontar los procesos de recuperación de la salud.
Potenciar el diagnóstico precoz y el tratamiento de afecciones que pueden predisponer al suicidio, como pueden ser la depresión o el estrés.
Es esencial conectar los hospitales y servicios de Urgencias con las consultas de los terapeutas de las personas que ingresan con depresión.
Tener creencias y valores arraigados para enfrentar positivamente el cambio o la pérdida. Reforzar la autoestima y la seguridad personal.
Existen también otras medidas que pueden tenerse en cuenta para prevenir el suicidio de un familiar o allegado. La mayoría tienen que ver con aprender a detectar las señales de alerta para poder actuar a tiempo.
Generalmente, el paciente no empieza a pensar directamente en quitarse la vida, sino que, antes, suele comenzar a tener ideas de menosprecio, de que la vida no merece la pena o deseos de muerte. Es en este momento cuando el entorno de la persona con depresión puede desempeñar un papel fundamental en la prevención del suicidio.
También es importante conocer los factores predisponentes para intentar reducir la exposición de la persona de riesgo a estos posibles desencadenantes del suicidio.
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No es depre, es depresión es una serie documental conducida por la actriz y cantande Angy Fernández.